2016 | Del 13 de mayo al 11 de julio

Se exhiben más de 60 obras de 51 artistas seleccionadas especialmente para este premio por un jurado integrado por Andrés Duprat, Raúl Flores, Mónica Millán, Liliana Piñeiro y Valeria González.
Componen el recorrido obras de artistas de CABA, Buenos Aires, Chaco, Chubut, Corrientes, Entre Ríos, Mendoza, Neuquén, Chaco, San Juan, Tucumán, Santa Cruz y Santa Fe, realizadas en diversos formatos y heterogeneidad de lenguajes y poéticas. 

La exhibición está acompañada por una serie de actividades que retoman el espíritu de Opera Prima desde otras ramas del arte: primeras producciones de artistas o grupos de artistas argentinos. Así, durante mayo y junio, se ofrecerá una variada programación que incluye recitales, grabaciones en vivo y funciones de teatro, danza y cine. 

Esta iniciativa, fruto del trabajo conjunto realizado por la Dirección de Gestión y Programación del Ministerio de Cultura de la Nación y la Casa Nacional del Bicentenario, fue realizada con el propósito de contribuir con la difusión de la producción artística emergente de todo el país.

SOBRE LA EXPOSICIÓN

El conjunto de obras que componen Opera Prima es una ventana al pluralismo constitutivo de la escena artística actual, siempre abierta a las nuevas experimentaciones de los hacedores más jóvenes y que, en el territorio argentino, abarca regiones y ecosistemas culturales distintos.

Pluralismo quiere decir que el arte contemporáneo ya no puede ser evaluado desde normativas previas. Sin embargo, ello no supone, como pretendió cierta propaganda posmoderna, que “todo vale” (igual). La obra misma propone los parámetros con los que ha de ser juzgada: una vez que ha establecido sus reglas de juego, éstas deben ser llevadas a sus máximas consecuencias.

Así, por ejemplo, el pluralismo atraviesa, en Opera Prima, a la práctica secular de la pintura. “No creo en la relación entre pintura y realidad –parece decir el alemán Gerhard Richter- pero no cesaré de trabajar ese descrédito”. Algo de esa inquietud que no ceja alienta las investigaciones pictóricas de María Julia Rossetti, vuelve a empujar a Carlos Cima a las tinieblas de lo inasible o compromete a Bruno Del Giúdice a encontrar un lenguaje que se parezca a los pibes que él pinta, y que quizás sólo a través de sus cuadros crucen la puerta de un museo.

Esa misma diversidad atraviesa también a la fotografía, sea en su antigua búsqueda de emular la sublimidad pictórica (Roberto Riverti) o identificándose con la prosaica humildad de lo real (Carolina Santos). O bien, desenmascarando la “realidad” como espacio ficcional donde circulan estereotipos identitarios y sexuales (Fabricio Tranchida).

Pero, como decimos, sería equívoco hablar de formatos tradicionales y nuevos. Según Boris Groys, la instalación no es un género particular sino un sinónimo de la capacidad del arte contemporáneo de reapropiarse de cuanto quiera y de dar a ver (por eso todo arte contemporáneo es político) sus tomas de decisión (David López Mastrángelo, Anahí Ojeda, Rocío Englender).

En sus apropiaciones, los artistas -como Richter señalaba con respecto al quehacer pictórico- muestran que muchas de las inquietudes que movilizaron a las vanguardias han sobrevivido a su muerte y permanecen abiertas. Por ejemplo, el modo en que los artistas de los años '20 tomaron y extremaron el concepto de inconsciente freudiano. El interés de los surrealistas en volver extraños los espacios y objetos que nos rodean reaparece en los cianotipos “radiográficos” de Claudia Cortínez o en los muebles con protuberancias de Sabrina Merayo Nuñez, cuyos espejos basculantes ofrecidos a los pies de los visitantes nos recuerdan la discordancia que separa nuestro cuerpo real de la imagen ideal que proyectamos.

Como los Adaptivos que Franz West comenzó a fines de los '70, las esculturas usables de Marcos Torino se proponen también como un redescubrimiento del cuerpo. Otros artistas buscan cómo representar este sujeto fragmentado, como en el autorretrato decapitado de Santiago Gasquet o en la escenas “psicóticas” de Walter Álvarez. A menudo los objetos intervenidos apuntan a la violencia social: de algún modo las piezas colgantes o amordazadas de Lucas Ardu nos remontan a las trouxas ensangrentadas con que Arthur Barrio denunciaba el terrorismo de Estado en Brasil. Desafiando, en cambio, toda determinación del ente artístico –y de sus criterios de valor- Rubén Santantonin creaba, en la Argentina, el arte cosa. Las piezas inclasificables de Benjamín Felice permiten leer esa punzante herencia en la actual era tecnológica.

Otro proceso de larga duración es el vínculo entre el desarrollo tecnológico y “la muerte del autor”. Particularmente interesantes son las imágenes derivadas de algoritmos de Andrés Chouhy pues mecanizan, precisamente, el estilo gestual que asumimos como inherente a la pintura expresiva. Así como Federico Barabino se remonta al cruce conceptual entre música e imagen, la obra de Sofía Noble enlaza las máquinas de pintar de Tinguely con la ambigüedad magritteana entre realidad y representación. Todos señalan que lo que está en juego no es tanto la muerte como el nacimiento de un nuevo sujeto, en el que lo humano y lo maquínico se indistinguen y retroalimentan.

Una operatoria que no cesa de crecer en el horizonte del arte actual es la revaloración de la capacidad generativa de los organismos vivos como contra-modelo crítico del antropocentrismo. Algunos artistas buscan imitar en la génesis y sintaxis de sus imaginarios la reproducción desinhibida de los mundos animales y vegetales (Carlos Ricci, Leila Córdoba, Julia Padilla) o incluyen especímenes o sustancias orgánicas en sus composiciones (Florencia Sadir, Laura Códega). Otros hacen de la obra misma un organismo viviente, sometido a procesos de transformación poco calculables (Lucila Gradín, Andrés Piña): camino particularmente relevante si tenemos en cuenta que, a través de artistas como Grippo y Benedit, la Argentina tuvo un papel protagónico en esta historia.

Por último, tres artistas refrescan con su sentido del humor la tradición del arte conceptual y sus preguntas acerca de las condiciones institucionales y discursivas del hecho artístico. Juan Gugger, en una escultura parásita que funciona a la vez como basamento de otras esculturas, mínimas, anónimas e involuntarias; Valentín Demarco y sus propuestas de cruce entre sofisticados íconos del arte contemporáneo y el folkore pampeano; y Javier Soria Vázquez quien se somete a una competencia de dibujo con un artista popular, con gran chance de salir derrotado.

Como hemos afirmado, la obra contemporánea propone los parámetros con los que ha de ser juzgada. La intensidad afectiva y la coherencia ética han desplazado a los antiguos criterios de calidad.

Completan la nómina de artistas seleccionados: Alejandra Alesso, Alfredo Dufour, Danilo Civice, Edgardo Alba Gentile, Florencia Cucci, Gonzalo Silva, Guillermo Miconi, Hernán Aguirre García, Lucía Pellegrini, Marcelo Saraceno, María Victoria Taylor, Martín Ruete, Matías Cabral, Matías Ibarra, Patricia Viel, Ricardo Oliva, Roberto Cortés, Santiago Bayugar, Sebastián Desalvo, Sebastián Ormeño Belzagui, Valentina Mariani y Yaya Firpo.

Valeria González
Directora Ejecutiva de la
Casa Nacional del Bicentenario
Ministerio de Cultura de la Nación


EXHIBICIÓN CERRADA


Dónde

Casa Nacional del Bicentenario

Riobamba 985 CABA, Buenos Aires