Querida Mariel
Gracias por escribirme, pensé que ya no te acordabas de mí, después de tantos años. No es algo personal: en realidad hace tiempo tengo la sensación de que mucha gente me ha olvidado. Sé que no es así, y que me tienen todavía presente en muchos lugares, en especial en los barrios, en los almacenes pequeños, en las verdulerías más tradicionales, pero es difícil acostumbrarse a ya no ser exclusivo, a que te reemplacen, a que te olviden en muchos lugares.
Supongo que eso es un poco envejecer: añorar épocas pasadas y deplorar el presente, en el que uno ya no se siente útil. Recuerdo muy bien mis tiempos de plenitud en los mostradores, como el del almacén de tu mamá: yo era un papel y también cumplía un papel fundamental (te pido perdón por el juego de palabras, a los viejos nos encantan estos pequeños chistes). Casi nada de lo que se despachaba carecía de mi presencia, no solamente los paquetes de fiambres que vos describís (de todos modos, eso era casi casi lo mejor: cómo me gustaba estar en esos paquetes, qué cosquillitas de satisfacción me daban las buenas manos que lo armaban prolijo y qué orgullo sentía de mi plasticidad y, al mismo tiempo, de mi resistencia, que me permitía acomodarme perfectamente a mi contenido pero a la vez protegerlo para que llegara a destino en perfectas condiciones), no solamente, te decía, porque además me usaban para las cuentas: el comerciante iba anotando lo que el cliente llevaba, sumaba, ponía el total y lo entregaba a modo de ticket. Otras veces, me usaban también para poner precios, de ayuda memoria e, incluso, si se habían terminado los diarios, para envolver media docena de huevos, algo poco frecuente pero que me pasó alguna vez, y lo viví como una aventura.
Pero una de las cosas que más me gustaban era cuando nenes o nenas, como vos, me usaban para dibujar. Me daba risa si eran muy chiquitos y no se daban cuenta de que no tenían que usar mi lado encerado: renegaban, se enojaban porque no podían, a veces en el esfuerzo me rompían, pero no me importaba, porque estaban aprendiendo. A los viejos nos gusta sentir que hemos enseñado, que hemos sido útiles para que un niño aprenda que la frustración en la vida no es mala, que es necesaria para no quedarse con la primera opción, para intentar caminos alternativos para lograr que lo que deseamos (hacer un dibujito) nos salga, que incluso hay cosas que pueden romperse, porque presionamos demasiado cuando no debíamos, pero que igual uno puede sobreponerse y seguir.
No creas que soy todo nostalgia, no quisiera caer en el cliché de que todo tiempo pasado fue mejor: sé que hoy hay muchas cosas buenas que antes no existían, pero cuando uno tiene más pasado que futuro por delante, es inevitable extrañar algunas cuestiones. Envejecer es difícil y contradictorio: somos más sabios, pero menos gente nos hace caso; queremos seguir como siempre, pero los demás nos miran como a algo pasado de moda, a veces nos olvidan, nos tratan descuidadamente o, peor, nos tratan con condescendencia y excesivo cuidado, como si fuéramos absolutamente débiles (¿lo somos?).
Es por eso que tu carta me puso tan feliz: no solo por saber que ocupo un lugar en tus recuerdos sino por constatar que aún puedo ser útil, y para algo que jamás se me hubiera ocurrido. Que me hayas usado para imprimir y mostrar tus fotos de infancia me rejuveneció años. Nunca había estado de protagonista en una muestra de arte, mis funciones fueron siempre muy prácticas. Ahora veo que la gente me mira, ve que en mí se cuenta una historia, se emocionan, me nombran y me recuerdan con nostalgia, les hablan de mí a los niños de ciudad y de supermercado que nunca me conocieron. Las fotos que muestro conmueven a muchos, porque la infancia es (cuando tenemos suerte) la casa de todos, el lugar al cual volver, los recuerdos felices de la niñez son a veces el único cobijo en la intemperie del tiempo, y las fotos que muestro son eso: lugares queridos, muebles que ya no existen, bordes redondeados de fotografías de hace más de treinta años, cuando eso era aún algo especial y no vivíamos bombardeados por imágenes como hoy, cuando a veces incluso las confundimos con la vida real (perdón, de nuevo estoy razonando como un viejo).
Mariel, qué alegría que me diste, qué alegría sentir que aún soy importante, que un anticuado papel como yo puede cumplir nuevas e inesperadas funciones, funciones que jamás hubiera imaginado. Qué importante es seguir aprendiendo, a pesar de los años, y eso es lo que estuve haciendo gracias a vos y a tus fotos. Aprendí, sobre todo, la importancia de los recuerdos y de las historias. Aprendí que soy parte de un hilo que me enhebra y me une al pasado y al futuro, al afecto y a la memoria, que hace a todos más humanos.
Gracias por esta oportunidad, ojalá vengan muchas más.
Te saluda con cariño, el papel sulfito.