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Casa Nacional del Bicentenario

El espacio de lo posible

Apuntes a propósito de FIGURITAS. Apariciones futboleras en el arte argentino

“¿Sabés por qué me gusta ser hincha de fútbol? Porque no sirve para nada”. En mayo de 2021, Sebastián Wainraich fue entrevistado por Luis Corbacho en la señal de noticias IP. El periodista no podía (no quería) entender la pasión futbolera: “Me parece una porquería ver fútbol, que la gente festeje que ganó algo. No es ‘ganamos’, ¡vos no ganás nada! ¡Wanda Nara ganó, que tiene carteras Louis Vuitton!”, increpó a Wainraich en un ataque de mercantilismo feroz. El actor -hincha fanático de Atlanta- pacientemente le respondió que era una pena que para el muchacho “ganar” se midiera solamente en términos materiales y continuó su argumentación, que podría resumirse en la primera cita de este texto sumada a la siguiente: “No sé por qué quiero que mi equipo gane, es absurdo, ilógico, como el amor”.

Un año y medio más tarde, durante la inauguración de FIGURITAS. Apariciones futboleras en el arte argentino, la directora de la Casa, María Fukelman, dio un breve discurso que cerró con la siguiente idea fuerza: “El fútbol es también la infancia, los amigos, la familia, la posibilidad de que las cosas cambien. A través del fútbol, hubo algunos momentos en los que el mundo fue un poquito más justo”.

Las definiciones son infinitas. Personales y universales. El fútbol como pasión, como espacio donde nacen fantasías y donde se concretan sueños. Como hecho colectivo. Como un sufrimiento y una felicidad tan enormes. Como la exaltación del amor más inexplicable. Un lugar donde se puede cambiar el signo de la historia, donde lo menos importante se vuelve fundamental. Un momento casi carnavalesco, extático, donde el estado de las cosas es siempre un estado de excepción.

El arte también vive en esa zona de potencialidades permanentes. Comparte con el fútbol su condición de inutilidad absoluta, su puesta en práctica de lo absurdo, de lo que permite perder el tiempo, perderse en el tiempo y consolidar un no tiempo. Igual que con el fútbol: se vuelve industria cuando cae en manos de esas personas que solamente pueden ver las cosas en términos de lo que cuestan y no de lo que valen o lo que realmente representan. El fútbol y el arte amplifican como casi ninguna otra práctica ese espacio de lo posible: todo puede pasar en un lienzo en blanco o en una cancha mientras todavía queden minutos por jugarse. En el fútbol y en el arte no hace falta demasiado para ser feliz.

FIGURITAS. Apariciones futboleras en el arte argentino habla de eso: de cómo dos actividades que parecen venir de universos tan distantes en realidad se nutren de los mismos elementos. Porque contemplar un cuadro, disfrutar una canción, gritar un gol significa abstraerse de todo y de todos. Y ese poder de volver borroso todo lo que nos rodea es una capacidad inherente a las actividades cuya belleza nace, justamente, de su inutilidad. 

Una Piedad en corpiño y batón, sentada sobre un cajón de cerveza, sosteniendo al hijo agonizante: las zapatillas rotas, el pecho herido; tres Gracias de chancletas y shortcito, quizás fundiéndose en un abrazo de gol, quizás bailando una cumbia; un Gauchito Gil posando para la foto de antes (o después) del fulbito con amigos; un desagradable personaje que desparrama su existencia en la cama roñosa de una habitación llena de basura y deshechos mientras sucede en loop la final de la Copa Intercontinental que ganó Boca Juniors. 

Pelotas pintadas, pelotas fotografiadas, pelotas hechas de piel humana, pelotas desinfladas, atravesadas por cuchillos y tijeras. Una pelota con tapitas y corchos pegados, incrustada en una botella de champagne customizada con la caricatura de dos personajes noventosos. Una pelota que no se ve, pero se sabe, se conoce, será la protagonista de un gol esencial en la historia de la Argentina. 

Una pelota que arranca por la derecha y atraviesa el campo desde la mitad del Estadio Azteca para terminar clavada en el arco, acompañada solamente por el sonido de ese relato que también es arte y esa ausencia que se vuelve tan presente. Ídolos nacionales y héroes anónimos. Clubes importantes y potreros de barrio. El amor que se expresa en una pincelada, en ese instante de felicidad desmesurada y plena que es un gol: esa obra de arte del tiempo y el espacio. Performática, irrepetible, incomprensible. Tan irrelevante y vital. Y ese abrazo que es imposible disfrutar en soledad.